No se puede comprender la realidad,
tan sólo la percepción de ella. Eso mismo era lo que sentía, a través de sus
testículos, nuestro detective Jorge Durán, mejor conocido como Coca. El duro,
el sangriento detective aficionado a la caspa del diablo. Coca, Coca, Coca susurra el viento contaminado de la Ciudad, las
calles se llenan de murmullos al verlo pasar en su Tsuru negro, y a las prostis
se les caen los chones (cuando los traen puestos).
Si
sus métodos no son como los de cualquier “policía”, sus habilidades tampoco.
Una de éstas era su secreta forma de detección de pistas mediante sus testículos.
Si la pista era la correcta, aquella que puede conducir a solucionar un caso,
le dolía el tanate izquierdo. Y si el camino era equivocado, le dolía el
derecho. A veces le dolían los dos, y era aquí donde la puerca torcía el rabo. Pero
su técnica en la investigación, depurada durante más de veinte años de oficio,
hacía que no se fiara de cualquier punzada.
Estaba
a punto de dar con el escondite del Cyborges. La última víctima de la máquina
pornócrata, Enrique Krauze, denunció la violación ante sus amigos politiquillos.
Su caso había trascendido los círculos más altos de la élite política, debido a
su amistad íntima con la derecha en turno del poder.
El caso
parecía real ante la opinión pública, una máquina violadora al acecho de los
escritores de esta inculta Ciudad, sólo por una razón: porque el pueblo siempre
está hambriento de historias. Sin embargo, la noticia se vio opacada por
sucesos criminales emergentes, el asesinato y la desaparición de estudiantes,
entre otros crímenes mayúsculos. La máquina inferno-sexual era un rumor
amenazante para el vulgo y una fantasía para algunos marranos.
Boceto del Cyborges encontrado en los archivos clasificados del caso |
“¿Estamos ante el caso más peligroso de la
década? ¿más peligroso que el chupacabras y el virus del AH1N1 juntos?” inquiere algún periodista aburrido.
“¿Tendremos que preocuparnos los mexicanos por una máquina violadora o por el
contagio del ébola?” Por estos días, a donde quiera que uno vaya, hablan del
Cyborges. “El narcotráfico, los feminicidios, los asesinatos de estudiantes, la
contaminación de los ríos, oh, pobre país. Detener al Cyborges pondrá a México
como punta de lanza en la detección de amenazas cibernéticas a nivel mundial,
incluso por encima de China, lo que no es poca cosa, ¿pero quién lo detendrá
primero? ¿Quién nos salvará? ¿El Gobierno, o
algún héroe anónimo?” No se ha dado ninguna versión oficial, por ninguna
dependencia del gobierno, sobre el “rumor” del Cyborges. Ni se dará ninguna, en
la cúpula del poder gravitan problemas más severos que consumen el tiempo de
nuestro insigne gobierno.
En las tienditas,
en los basureros municipales, en los parques, se oyen frases como las
siguientes: “El asunto es una cortina de humo para oscurecer la aprobación de
las reformas que consuman la venta de la
Patria”, o “Quieren tapar el asesinato de los normalistas”, jaladas que se
avienta el populacho. La amenaza es real.
La operación
militar “Culito de Lata” comenzaba a truncar el trabajo de nuestro detective.
Si Coca quería cobrar por la captura, tenía que actuar rápido. Joder con el
Estado, él mejor que nadie merecía la recompensa, a Coca no le interesaba nada
más que el dinero.
“Los robots violadores operan bajo una lógica,
es la lógica del sexo de los insectos amazónicos...” Explicaba nuestro
detective a su compañero, el leal y gordísimo, Tambor Ojeda, tirador maestro.
—Píde otra orden de choriquesos
para mí, quiero explicarte mi plan…. sé cómo atraerlo. Tengo una carnada—Y sus ojos echaron chispas.
Mientras
llegaba la siguiente orden de taquitos. Durán mostró una fotografía a su
compañero. La televisión de doña Poncha, la dueña de la taquería, vociferó la
siguiente información:
¡¡El Cyborges ataca de nuevo!!
Continuará.